jueves, 25 de junio de 2009

abajo del mar...

Sí, llueve. Escucho como suena en el patio y como luchan los coches en la calle destruyendo charcos. Tengo unas ganas enormes de volver a comer un mango como cuando era niño y veía las caricaturas. Esa es una de las cosas que debería repetir para sonreir y recordar la pulpa en mi boca, el jugo por mis manos; todo lo amarillo y dulce que es. De pequeño todo se colorea con la marca Blanca Nieves y sabe mejor.


De un mes a la fecha pienso mucho en esos días, como se veía todo desde abajo siendo un niño. Yo quería a Marlin como papá pero no fue así, tengo muchas Dorys cerca, una aleta feliz que marca mi existencia pero unos grandes deseos de sonreir por todo lo que me espera. Mi Marlin que no es de ensueño es el único que tengo, quiero tomarlo, quiero que me busque y en el óceano abrazarlo.


Manila, petacón, haden, muy maduro, nécesito un mango, Chinga!


Alguien recuerda a Enrique y Ana? Con amor y con agradecimiento especial a mi amigo y hermano del alma; Edgar.

1 comentario:

  1. El único y verdadero paraíso terrenal es la infancia. Si alguien no lo considera así, es porque por alguna triste razón no tuvo infancia. Algunas religiones incluyen la oferta de un paraíso para aquellos que se comporten con apego a ciertas normas que nos exigen cosas como no desear a la mujer de tu prójimo o destruir edificios en acciones suicidas. Muy desagradable. De cualquier manera, tales paraísos, en caso de existir, no son terrenales. La infancia lo es.

    En términos económicos, mi infancia fue más pobre que rica; pero por el lado de la ensoñación, fue suntuosa. Cada mañana salía yo a vivir con certeza siempre cumplida de que me estaba esperando alguna aventura jamás vivida, algún encuentro, algún descubrimiento, alguna porción de paraíso. Ya me voy, mamá. Muy bien, mi ‘jito, que Dios te bendiga y te proteja, que el Sagrado Corazón de María te traiga con bien (les ahorro toda la letanía que abarcaba veinte minutos largos. Hagan de cuenta que era yo Marco Polo que se iba a Catay y no un niño que iba a la escuela). ¿Llevas pañuelos? Sí, mamá. ¿Te lavaste bien las orejas? Sí, mama. ¿Llevas suéter? Hace mucho calor. Pero luego enfría. Está bien, me llevo el suéter. No lo vayas a perder, ¿llevas todos tus útiles? Sí, mamá. ¿Llevas tu torta? Sí, mamá. ¿De qué es? De salpicón, la traigo en la mochila. ¿Y la lonchera? De momento se encuentra extraviada (mi manejo del español ya era notable). Vas a llenar los libros de salpicón. La envolví con la primera plana del Excélsior. Dios te haga un santo. Lo dudo, mamá. ¿Llevas dinero? ¿De dónde? Ven, llévate algo. ¿Para qué? Nunca se sabe; toma, te voy a dar diez pesos por si tiras a un panadero; si no lo necesitas, me lo devuelves en la tarde. Fin de la despedida. De sobra está decir que no hubo un solo día en el que mi infancia no tropezara con algún panadero, o con algún otro imprevisto que me obligara a ejercer mi poder financiero.

    Años después, mi infancia es un país lejano, pero algo de ella me permanece como la almendra secreta de mi persona. Desde ahí les escribo, amigos queridos. Sé que, no sin cierto desamparo y crispación, se disponen a vivir otra semana de loco tiempo que México y el mundo nos han deparado. Les pido que acepten el riesgo, el reto y la aventura de salir a vivir y no a durar, cosa que sólo es buena para los enseres domésticos y para los líderes obreros. Lo nuestro es vivir. No sé si ya llevas tu torta de salpicón, pero yo, como mi madre, te pido que salgas bien arropado, porque el tiempo está muy cambiante y no me parecería nada bien que se les resfriara el alma. Llévate todos tus útiles y trata de deshacerte de todos los inútiles. Dios, o Alá, o el misterio, o “el infinito laberinto de los efectos y las causas” cuidará tu camino y te mantendrá, aunque ustedes no lo sepan, en el rumbo de la vida. Vayan tranquilos. Recuerden que la sonrisa todo lo ilumina y el miedo todo lo ensombrece.

    Llévate algo. Si esta semana te espera una navegación difícil, haz de tu entendimiento y de tu corazón un sextante y una brújula eficiente. Llévate algún poema, muchos abrazos para el frío y alguna canción por si llueve. Sal a vivir. Llévate algo.

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